Como todos los domingos (bah, como todos los domingos en que no he salido y me he reventado la noche anterior...), me levanto, desayuno en familia (lucky me), ojeo el diario local, me deprimo por eso, y acto seguido me dirijo a mi altar, es decir, a la compu.
Y ahí empiezo a viajar por el mundo: desde Buenos Aires sin escalas a New York; de ahí cruzo el océano y llego a la vieja Londres; de Inglaterra me escapo a España, Alemania y coqueteo con Francia, Italia, y ¿por qué no? Austria. Me interesa ver qué está pasando en teatro en todos esos lugares, tan lejanos pero a la vez tan cerca (grande YouTube). ¡¡¡Cuánto musical por ahi!!! Me entusiasmo, aprendo, analizo, sueño, me intoxico.
Todo este derrotero por Internet no hace más que ponerme a punto caramelo para los ensayos de cada domingo. La semana que queda atrás, justamente, queda atrás (con sus lunes maníacos, el frío de no creer, gente indeseable, asambleas, etc.).
Un nuevo domingo de ensayo me espera hoy. Y vaya domingo: canciones, escenas y coreo.
Y aquí viene esa extraña sensación del título de esta entrada. A pesar de tantos domingos dedicados a ensayos (Frankenstein se estrenó en el 2002, así que saquen la cuenta), todavía tengo ese chui a enfrentarme a un grupo de gente que están bajo mi responsabilidad. A veces me gustaría ser parte del elenco, es decir, no ser la cabeza, no tener presiones, discusiones, responsabilidades mayores, etc.
Por eso creo que el cronograma que armé a partir de junio me gusta: arranca a las 15 con una o dos personas y es solo para las canciones. A las cinco llega el grueso del elenco y a las 19 los bailarines. Así, escalonado, empezando con unos poquitos al principio, es como que el chui se me aliviana. Los días que empiezo con el grupo entero siento, literalmente, terror.
En fin, era solo una sensación. Y quería compartirla.
Como también quiero compartir el hecho de que ¡¡¡me compré una camarita!!!
Y ahí empiezo a viajar por el mundo: desde Buenos Aires sin escalas a New York; de ahí cruzo el océano y llego a la vieja Londres; de Inglaterra me escapo a España, Alemania y coqueteo con Francia, Italia, y ¿por qué no? Austria. Me interesa ver qué está pasando en teatro en todos esos lugares, tan lejanos pero a la vez tan cerca (grande YouTube). ¡¡¡Cuánto musical por ahi!!! Me entusiasmo, aprendo, analizo, sueño, me intoxico.
Todo este derrotero por Internet no hace más que ponerme a punto caramelo para los ensayos de cada domingo. La semana que queda atrás, justamente, queda atrás (con sus lunes maníacos, el frío de no creer, gente indeseable, asambleas, etc.).
Un nuevo domingo de ensayo me espera hoy. Y vaya domingo: canciones, escenas y coreo.
Y aquí viene esa extraña sensación del título de esta entrada. A pesar de tantos domingos dedicados a ensayos (Frankenstein se estrenó en el 2002, así que saquen la cuenta), todavía tengo ese chui a enfrentarme a un grupo de gente que están bajo mi responsabilidad. A veces me gustaría ser parte del elenco, es decir, no ser la cabeza, no tener presiones, discusiones, responsabilidades mayores, etc.
Por eso creo que el cronograma que armé a partir de junio me gusta: arranca a las 15 con una o dos personas y es solo para las canciones. A las cinco llega el grueso del elenco y a las 19 los bailarines. Así, escalonado, empezando con unos poquitos al principio, es como que el chui se me aliviana. Los días que empiezo con el grupo entero siento, literalmente, terror.
En fin, era solo una sensación. Y quería compartirla.
Como también quiero compartir el hecho de que ¡¡¡me compré una camarita!!!
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